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Los mementos kitsch de JaioAviso a navegantes: esta web está hecha a pedales (puro hml) hace más de 15 años y me da una pereza horrorosa re-hacerla. Aquí, como en otros lugares, si que es más importante el contenido que el continente. a pesar de la incontinencia verbal. Solamente deseo que te sientes y disfrutes un rato con esta galería de los horrores. "Cualquiera puede llegar a apreciar el buen arte, el estilo y la cultura, pero para apreciar una genuina pieza kitsch, se necesita un toque maestro". Tuve la ventura de leer esta frase en una de esas insípidas revistas que las compañías aéreas ponen a disposición de sus resignados viajeros. El artículo en cuestión promocionaba la completa guía del coleccionista kitsch.
El resto del viaje me ocupé en reflexionar sobre una verdad tan provocadora. Me estaba perdiendo algo grande. Me encontré preguntándome quién hacía y por qué las piezas kitsch, qué les estimulaba a tener semejantes ideas, cómo investigaban la línea de producto, cómo establecían la política de precios y qué margen de beneficio obtenían. Era un claro síntoma de que necesitaba unas vacaciones, y aquello se convirtió en mi viaje iniciático. Dediqué con resolución mi primera tarde libre a instruirme en la mágica actividad de “buscar con otros ojos”.
Descubrí el fascinante mundo de lo hortera con pretensiones. Después del vikingo cornudo de Copenhague, vino el sacacorchos metálico del Mannekin Pis de Bruselas y a continuación un integral kit dorado consistente en la Torre Eiffel, el Arco de Triunfo y Notre Dame, procedente de París.
Lo primero que he tenido que superar es la vergüenza de verme y que me vean comprando piezas tan asombrosas. Para hacernos una idea, una de ellas, hallada en San Sebastián, Gipuzkoa, un marco de 5 cm. de porcelana azul pálido, ovalado, rodeado de un cordoncillo dorado en crespón sujetando un volante con puntillas blancas y rematado en el oval inferior por un capullo de rosa de pitiminí multicolor, por módicas 250 pts., hizo soltar a la cajera con cara de asombro “Pero, ¿dónde has encontrado esto?”. “Pues en aquella balda, pero no te preocupes, que te queda otro”, respondí. El objetivo de ese marco era incorporar al padre Apeles a mi colección de “mementos kitsch”. La vergüenza la perdí en Grecia, donde, acompañada de un amigo galés, uno noruego y uno flamenco, recorrimos los estantes de un bazar absolutamente fascinante, para decidir que el esenciero de plástico, representando una muñeca de nácar, con colgantes imitando cristales y calcomanía multicolor sobre sombrero translúcido, fabricado en China pero recuerdo de Edessa, era nuestra pieza. Para llegar a la caja de música, con la sinfonía "Para Elisa" y la leyenda "From the bottom of one heart" que, aunque fabricado en China, la adquirí en Bolivia.
Una vez dado el primer paso, es imposible sustraerse a la tentación de agregar compulsivamente piezas tan absolutamente fascinantes. La cantidad y variedad de locales en que se pueden encontrar piezas kitsch es admirable y deprimente, hay auténticos emporios.
¿Por qué comprar un “memento kitsch”?. Esencialmente es un anti-estilo, un estado de anti-gusto, es el placer de ir contra corriente, es estar sin rumbo por propia decisión. Se supone que una persona con formación universitaria, que lee los libros correctos, que escucha la música apropiada, que se mueve en los ambientes adecuados, ha de saber elegir el recuerdo más acertado de sus viajes. Pero exactamente ahí está la clave. Nunca me había divertido tanto comprando un recuerdo como desde que me incorporé al Master en IKF (International Kitsch Friend). Malgasto menos de 6 euros en una brillante pieza de basura de plástico. Sí, sé que es basura, pero también lo son los tangos cantados por Julio Iglesias y me gustan, qué le vamos a hacer.
No es fácil elegir el “memento”. Hay que buscar la paradoja, la incongruencia, hay que encontrar esa pieza única que no aluda ni de lejos al lugar que se ha visitado, por ejemplo: un barco pirata con isla tropical al fondo, dentro de una bola de plástico, ¡con nieve!, poniendo “Bordeaux” (también la he encontrado como recuerdo de Santo Toribio de Liébana); o un dominó con escenas del Kama Sutra, recuerdo de Copenhague; o un zapato de tacón, útil cenicero, en porcelana pintado cual alpargata, procedente del Valle de Arán, en el Pirineo; o un portalápices en forma de pirámide de cristal con nieve dorada, recuerdo de Las Vegas que presenta en el interior... ¡¡la Torre Eiffel!!; o la sin par mariposa dorada con incrustaciones de piedras y ámbar, procedente de San Petersbrugo. Ninguno de esos lugares es famoso, ni remotamente, por alguna de esas cosas.
También se puede seleccionar la más asquerosa y obtusa pieza del amplio muestrario que se presenta al coleccionista pero ha de cumplir ciertas condiciones, a saber:
1ª Ser lo más inútil posible o en su defecto, ser espectacularmente inapropiado para cumplir su función, por ejemplo: un llavero de la puntiaguda Torre de Londres, en ese metal que quiere parecer oro y pesa quintal y medio; o bien un dedal de porcelana desproporcionadamente grande y absolutamente resbaladizo (si lleva pintada a mano una escena de toros, puntúa el doble) o mejor aún, una taza del tamaño de un dedal, o la mini-sombrilla calada con filtirés y bordados sobrepuestos, recuerdo de Las Palmas de Gran Canaria.
2ª Ser barato (no más de 6 euros) y cochambroso pero de apariencia pretenciosa. Por supuesto el precio debe permanecer pegado. Por ejemplo el catafalco de San Francisco Javier, en oro y plata, recuerdo de la India, por 0,30 euros (50 pts.) o la góndola veneciana, con alfombra roja a los pies de los enamorados que van a bordo, en caoba y oro; o un abanico gigante engalanado con cientos de conchas y caracolillos, manufacturado en Filipinas y comprado como recuerdo de Madrid por 1,50 euros (250 pts.); o una muñeca de plástico, vestida de faralaes con brillantes encajes, expuesta en una caja de cartón decorada en total sintonía con su contenido, procedente de Benidorm por 90 céntimos de euro (150 pts.)
3ª Puede representar un edificio de la ciudad que se ha visitado como la completa pieza en forma de abanico con fotografías de diversos monumentos de Burgos, respaldando a la silueta de la Catedral, que se presenta delante. O bien debe ser completamente imposible identificar el lugar de compra, pero entonces ha de llevar la leyenda: “Recuerdo de...” Como la rubia platino de pálida porcelana, columpiándose sobre un lecho de encaje y tul, asida a una ristra de bolas plateadas, recuerdo de Bolivia; o una brillante campana engolada con una flor de raso y perlas, recuerdo de Menorca. Ni qué decir tiene que algunas piezas acumulan casi todos los atributos, como el porrón con licor de plátano, colgando al cuello par de castañuelas, sombrero cordobés sirviendo de tapón y la etiqueta del precio pegada en una guitarra española de cartón, recuerdo de Tenerife.
4ª Haber sido fabricado en cualquier lugar, preferiblemente serán artículos de importación, si lleva Made in Taiwan, China o Malasia grabados en la base, puntúa el doble. Como el broche para el pelo, con mariposa comprada en Salamanca, cuyas temblorosas alas despiden irisaciones de mil brillantes incrustados; o el llavero inglés con el Beefeater al que es imposible mantener de pie; o la funda de ganchillo para móviles, que algunas primorosas manos en China tejieron para Occidente; sin dejar de lado la caja procedente de la Rioja, cuyo secreto se desvela al abrirla y deleitarse con un bucólico e insistente canto de grillos.
5ª Debe quedar excluido cualquier objeto que contenga palabras como “auténtico”, “certificado”, “calidad”, etc. Aunque se permiten los objetos que, cumpliendo la 1ª y la 2ª, están esmaltados en azul cobalto y llevan bordes dorados poniendo “Oro de Ley”. ¡Los hay a miles!.
6ª Ha de tener facilidad para acumular polvo.
7ª Debe ser indestructible.
Para realizar la compra, hay diversas estrategias. Una de ellas consiste en pasear frente a la pieza varias veces, con indecisión, ¿la compro?, ¿no la compro?, antes de aceptar que es nuestro destino y, poniendo cara de resignación, pasar por caja.
Como alternativa está la actitud de repasar las estanterías aparentando ser un observador casual que busca un recuerdo para un amigo, y aterrizar sobre una pieza lanzando un sordo gritito y, acunándolo en las manos, buscar la sonrisa cómplice de los demás clientes.
La tercera es mi preferida, puesto que incorpora la dimensión social al Master: se toman al menos una docena de objetos y se llevan a la caja donde se discuten los méritos de cada pieza con la cajera y otras fortuitas víctimas, antes de seleccionar una y dejar las demás en el mostrador. La cara de pasmo de los contertulios es un premio irrenunciable y una muestra evidente de haber acertado. Desde luego que el pago ha de hacerse con dinero a poder ser arrugado y preferiblemente en curso, pero entregado con mucha delicadeza. Así, la actividad de “mirar con otros ojos” acompaña siempre a mis excursiones para lograr una maravillosa colección kitsch (estamos de acuerdo en que hasta su mismo nombre lo es, ¿no?).
La exposición no sigue criterio alguno, puesto que una de las características de los “mementos kitsch” es que son táctiles e interactivos y ningún observador de la misma puede sustraerse a coger las piezas e intentar adivinar su atractivo. Porque... ¿hay algo más intrínsecamente humano que la búsqueda de la belleza?. De este modo, he encontrado auténticos cómplices que captan enseguida el espíritu de la colección y contribuyen a mejorarla.
Para que esas piezas alcancen el status de “objeto de deseo”, han debido superar cuando menos cinco filtros: el diseñador/creador, el fabricante, el comercial, el minorista y el usuario final. Si han sido capaces de vencerlos, es porque ocultan en sí mismos uno de los misterios de la humanidad.
Como historiadora no puedo sustraerme a la tentación de perpetuar para las generaciones futuras esta muestra de lo increíble, insólita, singular, extravagante e irracional, que puede llegar a ser la mente humana cuando intenta ser creativa.
Probablemente, cuando muera, habrá disputas y escaramuzas entre mis tres hijos para no heredarla, pero no renuncio a la potestad de llevarme a la tumba las largas horas de risa incontrolable que me han proporcionado y la complicidad de docenas de amigos que tengo repartidos por todo el mundo. Efectivamente, la sensibilidad hacia este tipo de objetos rebasa las barreras culturales.
No duermo pensando en que se va a malograr tan importante esfuerzo de reunir, en un solo espacio, esa búsqueda de la belleza, ese puñado de ingenio y lucidez, ese chorro de agudeza y primor.
Busco alguien dispuesto a heredar mi colección y a pasar a la posteridad como un envidiado filántropo que contribuyó a perpetuar una cultura sin par.
Última actualización: Bi 05-May-2020 |
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