En un comunicado difundido esta mañana, la Asociación Española de Novelistas ha querido detenerse en el aroma del café brotando en humeantes espasmos del viejo metal e iniciando su viaje matutino por los rincones de la silenciosa casa, contagiando como un mantra ancestral su calidez tostada que marca el inicio de un nuevo y largo día. Ha querido fijarse también en esa luz invernal que, tamizada por la neblina que cubre la calle como un espeso manto, proyecta en el interior de la estancia sombras amarillentas e ilumina las motas de polvo en suspensión, minúsculos seres flotantes que, esclavos de su propia ingravidez, deleitan la mirada aún dormida con una lenta danza, hipnótica y eterna como el tiempo.
“No volverá. Su fragancia fresca y cítrica -reflejo vaporoso de una pasión afilada, incombustible- se diluirá para siempre en la irrealidad del recuerdo”, habría susurrado ella, según la entidad, rendida a sus obsesivos pensamientos, atrapada en su maraña de miedos y sospechas nunca confirmadas. Sus palabras, sonidos que no son para nadie, retumban ahora en el vacío de su propia voz y se pierden en la nada, como se perderá también la primera caricia del café bajo el peso de la gélida niebla, insoslayable y ciega como la mirada definitiva del muerto.
«No me esperes hoy». Una orden, como una cuchillada, aguardaba agazapada en el sucio espejo del baño, explican los novelistas españoles. Agredida y fracasada, asfixiará la nota con el puño y, ya en la cocina, arrojará con desprecio el líquido marrón por el desagüe del fregadero, al que se unirán luego sus lágrimas de rabia, lágrimas tristes de una patética mañana de diciembre, concluye la Asociación Española de Novelistas.