“Estulta/Estulto”: retrato en alta definición de la necedad con WiFi
Hay insultos que son fuegos artificiales: breves, brillantes y ruidosos. Y luego está “estulta” o “estulto”, una de esas joyas lingüísticas que, sin levantar la voz, te destruye el ego con la elegancia de un insulto en latín. Es ese tipo de insultos que llegan desde las profundidades del latín clásico, que insultan con toga y sandalias, con toga y elegancia, como quien lanza una daga afilada con la gracia de un emperador hastiado.
Sí, «estulticia» es de esas palabras que no necesitan levantar la voz para arruinarle el día a alguien. Porque no se trata solo de llamar tonta a una persona: se trata de nombrar con precisión quirúrgica ese tipo muy específico de torpeza mental que va más allá de la simple ignorancia. Esa que se adorna con insistencia, con terquedad, con ese aire inconfundible de quien empuja durante media hora una puerta que dice “TIRAR” y, cuando al fin se lo haces notar, responde con tono desafiante: “es que debería abrir para los dos lados”.
Porque sí, a veces decir “tonta” o “imbécil” no alcanza. Hace falta algo con peso, con historia, con ese regusto clásico de quien no sólo señala la estupidez, sino que la nombra con un poquito de veneno académico.
Etimología: cuando insultar era un arte clásico, con mala leche culta
“Estulta” (en femenino) y “estulto” (en masculino) vienen del latín stultus, que significaba “necio”, “falto de juicio”, “no muy despierto”, “falto de razón” y —esto es clave— que no se entera ni a palos pero insiste igual pero dicho con elegancia. Primo hermano de stolidus, de donde viene “estólido”, que suena a emperador romano, a título nobiliario, pero en realidad significa tonto hasta la médula, inmóvil, cerrado de mente, impermeable al argumento y blindado contra la lógica. O sea, alguien que no sólo no razona, sino que además no piensa cambiar de opinión nunca jamás, aunque vea la evidencia bailando flamenco sobre su teclado.
La lista de sinónimos (todos jugosos y útiles en cenas incómodas) incluye: imbécil, estúpida/o, majadera, mentecato, tarado, boba, torpe, tontaina, mastuerzo, fatua, alelado, zoquete, ignorante, palurdo, aturdida, bodoque, mameluco… y aún así, ninguno tiene ese no sé qué tan elegante y devastador como “estulta” o “estulto”.
Una persona estulta no razona. No porque no pueda —eso sería injusto—, sino porque prefiere no hacerlo. Se siente a gusto en su universo personal de medias verdades y lógica propia, como quien vive en una burbuja hecha de necedad inflada con terquedad.
El arte de ser estulta o estulto en tiempos modernos
En el mundo moderno, una persona estulta es esa que combina ignorancia con convicción. No sabe, pero tiene opiniones fortísimas. No entiende, pero grita igual. Es como ese GPS interno defectuoso que, en vez de recalcular, te lleva rápidamente al abismo… pero con confianza.
Serlo no es simplemente cometer errores (a menudo lo hacemos, hasta Einstein se dejó bigote sin recortar alguna vez). No, lo que distingue a la persona estulta es su firme determinación de seguir equivocándose con orgullo. Su compromiso inquebrantable con el error. Su capacidad sobrehumana para ignorar la lógica mientras camina por la vida como si nada.
No confundir con el despiste ocasional o la distracción simpática. La estulticia es consistente, tenaz y orgullosa. Como una galleta rancia que se niega a ablandarse.
Ejemplos prácticos y dolorosamente reales de estulticia cotidiana:
- Quien intenta cargar el móvil metiendo el cable en el conector de los auriculares. Y lo hace tres veces. Con fuerza.
- La persona que ve un cartel de “Peligro: cerca electrificada” y dice “eso no me va a pasar a mí”.
- Quien discute sobre física cuántica basándose en un TikTok de un coach holístico con gorro de aluminio.
- Quien rechaza los antibióticos porque “prefiere lo natural”, pero luego se toma cuatro aspirinas y un Red Bull.
- El ser humano que tira de una puerta automática con ambas manos y, al no abrirse, la acusa de “tecnología estúpida”.
- Alguien que se indigna con los impuestos, pero no sabe qué es el IVA ni cómo se aprueba un presupuesto.
- Quien, frente a un cartel de “Prohibido fumar”, saca un cigarro y comenta: “Pero si es pequeño”.
- Alguien que comparte noticias falsas con la leyenda “no sé si será verdad, pero por si acaso…”
- Esa criatura que, con solemnidad, declara: “Yo no necesito estudiar, tengo instinto”.
La estulticia es inclusiva (desgraciadamente)
Lo fascinante de las personas estultas es que pueden encontrarse en todos los estratos sociales, niveles educativos y signos del zodiaco. Son como el perejil: están en todas partes, aunque nadie lo pidió.
La estulticia es como la humedad: se mete por las rendijas menos esperadas. Puede encontrarse en una sala de juntas o en una cena familiar. En el borrador de un discurso político o en el comentario de un vídeo de cocina. En un congreso de gente experta en lo que sea, en el chat del grupo del barrio, o en el ascensor de tu edificio. No distingue clases, géneros, ni títulos universitarios. Desde congresistas que confunden países con provincias, hasta influencers que enseñan a no malgastar dinero mientras te cobran por el taller. Porque si algo tiene esta forma de torpeza, es que es absolutamente democrática.
Y lo más inquietante: todo el mundo ha actuado con estulticia en algún momento. Tú también, no pongas esa cara. Tal vez no al nivel de creer que las vacunas te instalan Bluetooth, pero sí ese día en que te metiste en el ascensor sin presionar ningún botón y esperaste que se moviera por voluntad divina. O cuando buscaste el teléfono mientras hablabas por él.
La diferencia está en que algunas personas pasan por la estulticia como una gripe pasajera, mientras otras la convierten en un proyecto de vida, una ideología, una bandera que ondean con entusiasmo ciego, y convierten su estulticia en marca personal, filosofía de vida, y método para educar a sus criaturas.
Aplicaciones quirúrgicas del insulto “estulta” o “estulto”
Estas son situaciones tan absurdas como reales (o tan reales como la vida con internet), donde usar “estulta” o “estulto” con puntería láser no sólo está permitido, sino que es recomendado por lingüistas, gente experta en neurología y terapeutas del alma sarcástica:
- En una reunión de trabajo, cuando alguien dice: “A mí no me importa lo que diga el informe, yo tengo otro feeling”.
- Al ver a quien, en plena tormenta eléctrica, decide grabar un TikTok con una antena en la mano.
- En la familia, esa prima que afirma que la Tierra es plana porque “lo vio en YouTube y tenía gráficos”.
- Cuando alguien en la calle grita: “¡No necesito saber leer para opinar!”
- Alguien que se queja de la censura en redes… escribiéndolo en redes.
- O esa persona que compra criptomonedas porque “un amigo del primo del cuñado se hizo rico en una semana”.
- Quien comparte una cadena de WhatsApp que dice: “Si no reenvías esto, morirás en 7 días”. Y lo reenvía. Por si acaso.
- Quien insiste en golpear el control remoto cuando las pilas se agotan, desde el convencimiento de que un golpe certero devolverá la energía perdida. Si no funciona, culpa a la «conspiración de las grandes empresas».
- Esa persona que, tras leer un titular, ya tiene una opinión definitiva. No ha abierto el artículo, pero lo intuye.
- Quien cree que “la Tierra no puede ser redonda porque, si no, los de abajo se caerían”.
- O el espécimen que dice: “Yo no necesito saber de historia, porque el pasado ya pasó”.
Epílogo con espejo y con moralina suave y risa contenida
“Estulta” o “estulto” no es solo un insulto: es una radiografía del intelecto dormido. Una advertencia disfrazada de palabra fina. Porque vivimos en un mundo donde la información es abundante, pero la comprensión a veces sale a pasear sin volver. Sí, el insulto “estulta/estulto” puede ser afilado, pero también puede tener un toque de compasión irónica. Porque al final del día, vivimos con exceso de información, pero no siempre de sabiduría, y eso nos hace vulnerables a momentos de gloriosa tontería.
La clave está en no instalarse ahí. No quedarse a vivir en el rincón de la lógica torcida y el pensamiento plano. Saber reírse de una misma, darse cuenta a tiempo y salir corriendo antes de que alguien te diga, con toda razón y voz baja: “Mira, no quiero ofenderte, pero estás siendo un poco estulta.”
Así que la próxima vez que te encuentres frente a alguien que discute con Wikipedia, le da me gusta a su propio comentario en redes o cree que puede curar un resfriado mirando al sol, no te alteres. Mira con ternura, respira hondo, y susurra como quien acaricia una cicatriz: “¡Ay, qué estulticia tan entrañable!” Y sigue tu camino, que tú sí sabes abrir puertas sin empujarlas a gritos.