“Estúpida/Estúpido”: una guía mordaz (y necesaria) para identificar a quien vive en permanente estado de estupor
Os doy la bienvenida a este oasis de reflexión sarcástica, donde desmenuzamos con humor y precisión quirúrgica esa joya del insulto moderno: “estúpida o estúpido” (que la estupidez no entiende de géneros). Porque hay días en los que no basta con un “ay, qué tontería”. No. Hace falta algo más redondo, más jugoso, más… latino-etimológicamente sabroso.
Orígenes nobles para comportamientos ridículos
El término “estúpida/o” viene del latín stupidus, que significa “asombrada/o” o “aturdida/o”. Su raíz está en stupere, o sea, “quedarse pasmada/o”. Como quien mira fijamente una tostadora pensando: “¿Y si meto sopa aquí?”
Con el tiempo, esta noble palabra evolucionó. Lo que antes era una persona embelesada por lo desconocido, hoy es una que se queda atónita frente a la lógica, como si el sentido común fuera una criatura mitológica que sólo ha visto en documentales de Netflix.
¿Qué es una persona estúpida hoy?
En la era digital, ser estúpida/o no significa no saber. Significa tener toda la información a un clic de distancia y aún así tomar decisiones que harían sonrojar a un ladrillo.
Una persona estúpida no sólo se equivoca: lo hace con entusiasmo y perseverancia. No aprende de sus errores, sino que los convierte en franquicia.
Casos de laboratorio: Ejemplos cotidianos
Te dejo algunos ejemplos de estupidología aplicada para que puedas identificarla (o reconocerte, si estás teniendo un mal día):
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Calentar sopa en la tostadora, porque “todo calienta, ¿no?”
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Escuchar “no toques eso” y tocarlo dos veces. O leer «recién pintado» y tocar para comprobarlo. Dos veces.
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Creer que las vacunas implantan chips, pero aceptar sin leer los términos de una app de linterna que pide acceso al GPS, la cámara, a tus contactos y a tu alma.
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Decidir que “el cambio climático es una opinión”, mientras flotas en una balsa inflable por las calles de tu ciudad inundada. O emites tu sesuda opinión sobre los incendios forestales en el mes de abril.
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Grabarte lamiendo una plancha caliente “por likes”, y terminar el video diciendo: “no lo intenten en casa”, como si no fuera obvio.
¿Por qué la estupidez es universal y transversal?
Aquí viene la parte filosófica con sabor a café cargado: la estupidez no discrimina. No entiende de género, clase social, título universitario, ni signo zodiacal. Puede habitar en cualquiera: en una persona dedicada a la política que no ha leído la Constitución, en un/una influencer que recomienda beber agua de mar, o en ti, cuando preguntas “¿estás en casa?” a alguien que te habla desde el portero automático.
Vivimos en la era con más acceso a la información de la historia… y sin embargo, el pensamiento crítico parece en huelga indefinida. A veces, parece que a medida que se amplía la Wi-Fi, se achica el cerebro.
Aplicaciones del insulto “estúpida/o” con precisión quirúrgica
Úsalo con gracia, con puntería, con la sutileza de un dardo lanzado por alguien que sí leyó un libro (al menos uno):
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En la oficina: “No tengo experiencia pero igual opino como si la tuviera.” Alerta de Estupidez
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En reuniones familiares: “Yo me informo por TikTok, ahí está la verdad.” Estupidez Nivel Dios.
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En citas: “No creo en el feminismo, pero me encanta que pagues todo tú.” Estupidez machirula y con combo agrandado.
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En el gimnasio: Persona corriendo en la caminadora con chanclas “porque me da más libertad en los pies”. Darwin llora.
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En la vida diaria: Personas que cruzan la calle mirando el móvil… con auriculares… de noche… Estupidez urbana, una especie en peligro… pero no de extinción (cada vez hay más).
Cierre con moralina condescendiente, pero necesaria (porque esta espía también educa)
El insulto estúpida/o tiene una belleza especial: no es solo ofensivo, es descriptivo. Aplica cuando el nivel de desconexión con la lógica alcanza una pureza casi artística. Y lo usamos no porque queramos herir —bueno, a veces sí—, sino porque el idioma nos ha regalado esta joya para identificar una categoría humana que, aunque molesta, es ya parte del ecosistema social. Como las palomas en las plazas: no sabemos por qué siguen ahí, pero ahí están, haciendo cosas estúpidas y mirando al vacío.
En algún momento, todo el mundo ha actuado con estupidez extrema. La clave está en no quedarse a vivir ahí. Porque lo preocupante no es cometer tonterías ocasionales, sino hacerlas parte de tu marca personal. Y ahí es donde el insulto deja de ser gracioso y empieza a ser diagnóstico.
Así que, si alguna vez presencieas un acto de estupidología nivel experto, como alguien lamiendo un enchufe, discutiendo con Wikipedia o diciendo “me informo solo con lo que me dice mi cuñado”, no grites: respira, sonríe, y susurra con ternura quirúrgica: ¡Qué estupidez más funcional!
Y sigue tu camino, con el orgullo de quien sabe encender la luz sin electrocutarse. Pero con casco. Que nunca sabes qué pueden tirar desde arriba.